Por Álvaro Calvete| Se acabó. He llegado a mi límite. Antes me divertía, pero ahora se ha convertido en algo que no me aporta felicidad. De hecho, la mayor parte del tiempo saca lo peor de mí y me pone de mala leche.
Para el que no lo sepa, Futmondo es un juego de compra y venta de jugadores de fútbol donde, semana a semana, y en función de su actuación en los partidos reales que se disputan en la jornada liguera, cada jugador de tu equipo obtiene una puntuación que se va acumulando hasta que se acaba el campeonato y se proclama un vencedor. Así de simple. Pero, ¡oh, nada más lejos de la realidad! En el fondo, detrás de un juego que debería servir para el disfrute del personal, hay manipulaciones, estrategias sucias, engaños, actos de mala fe y triquiñuelas varias para alzarse con el ansiado primer puesto. Poco importan valores como el respeto, la caballerosidad, la empatía, el juego limpio o la coherencia. Por eso he decidido que voy a dejarlo. No aguanto más esta sociedad. Me voy de Futmondo. Por supuesto que no todos los participantes son así, pero como lo que hacen unos pocos tiene más repercusión y resuena más, pues eso es lo que prevalece.
La cuestión es que me he dado cuenta de que Futmondo no es sino un reflejo de nuestra sociedad, la verdadera, a la que pertenecemos el conjunto de habitantes del pueblo, pero en miniatura. Somos 7 y 11 jugadores (estoy en dos ligas), y siempre hay de 2 a 4 jugadores (dependiendo de si hablamos de uno u otro campeonato), que siempre anda ideando o tramando cualquier jugarreta, dentro de la legalidad eso sí, pero buscada al milímetro, a la interpretación más exacta de cada palabra (RAE en mano), y dentro de unos límites temporales más ajustados que en la Fórmula 1.
Gracias a este juego, me he dado cuenta que las situaciones que en él se viven son, ni más ni menos, que las de una microsociedad a escala muy pequeña, pero comparable a la sociedad real de hoy día. Me duele cuando veo a quienes nos gobiernan pelearse entre ellos, cuando en lugar de aportar soluciones, se dedican a criticarse e insultarse unos a otros a un nivel que da vergüenza ajena, cuando no quieren otra cosa que el poder y el beneficio propio a base de tirar por tierra el trabajo de los demás, y cuando piensan que están en posesión de la verdad, única y absoluta, sin atender a razones u otros puntos de vista que no sean el suyo propio.
No se equivoquen, no me posiciono ni me identifico con ningún color ni partido político, porque ninguno me representa al 100%. Me gustan algunas ideologías de Podemos, pero también algunas propuestas de Vox. Me parecen sensatos algunos políticos de Ciudadanos, y también del PP. Pero hay cosas que no me gustan de ninguno de ellos: la falta de sentido común, la ausencia de humanidad y la poca empatía. Y es algo que no logro comprender, dadas las circunstancias actuales de pandemia en que vivimos, y que se suponen que nos habían abierto los ojos.
¡Ay, ingenuos de nosotros! Yo fui de los que me emocioné cuando salimos espontáneamente al balcón a aplaudir religiosamente a los sanitarios cada día a las ocho, pero de los que, eventualmente, se desencantó cuando se perdió el sentido y ya solo era una obligación rutinaria vacía de intención verdadera. Ahora volvemos a ver sanitarios que no son respetados, gente irresponsable, falta de recursos humanos y materiales, recortes en sanidad... Tenemos una memoria muy corta y un ego muy grande.
Soy maestro, ¿saben?, y por desgracia también veo el reflejo de esta sociedad en mis clases, como una microsociedad de Futmondo, pero con niños que están llamados a heredar el futuro y dirigir este país. Y me da miedo, porque están mamando de un ejemplo nefasto. Tengo la suerte este año de tener dos cursos (4º y 6º de Primaria) de edades muy diferentes (de 9 a 10, y de 11 a 12 años, respectivamente), y he podido constatar que, en algún momento entre estas edades, se produce un cambio que resulta vital de cara a su formación en valores como seres humanos.
Se trata de un período enmarcado dentro de una evolución natural de su psicología y su madurez, no crean, pero dependiendo de qué valores alimentemos durante este período, conseguiremos que, en un futuro, nuestra sociedad evolucione hacia un ideal de empatía, respeto y educación, o todo lo contrario. Me lleno de esperanza cuando estoy en 4º, con actitudes y comportamientos que querría para muchos adultos, pero me invade la desazón cuando pongo un pie en 6º. De nuevo revivo mis ganas de salir de esa microsociedad, al más puro estilo Futmondo, cuando veo que cuatro o cinco estudiantes son capaces de dinamitar una clase entera y cambiar a las buenas personas que hay en ella, porque así sucede en todos los escenarios posibles. Por culpa de un puñado de maleducados, pagamos todos, pero como son los que más ruido hacen y a los que más caso hacemos, pues así nos va.
Somos un país mediocre, que se enorgullece de la picaresca para sacar provecho a costa del vecino, un país sin identidad que no es ni capaz, tristemente, de ponerse de acuerdo en condenar actos violentos, que dicho de paso, nunca están justificados. Aunque, ¿cómo vamos a ponernos de acuerdo en algo, si quienes nos gobiernan no dan ejemplo? Un país con gobernantes corruptos, tendrá una sociedad corrupta; un país con gobernantes que insultan, tendrá una sociedad que insulta; y así, sucesivamente.
Hay una cita del ya fallecido presidente de los Estados Unidos (asesinado, por cierto), John F. Kennedy, y que me gusta poner a mis alumnos al principio de curso para debatir, que dice así: “no preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país”. Tengo que reconocer que me encantan estas pequeñas citas que, si bien parecen frases simples de postureo para colgar en un story de Instagram y quedar bien (todo es criticable hoy día), creo que encierran grandes verdades y reflexiones que en ocasiones merecen ser estudiadas. ¿Qué puedes hacer tú por la sociedad en la que vives? ¿Qué puedes hacer por tu vecino, por tu hermano, por tu amigo? Somos tan egoístas, que se nos olvida el valor más importante de todos, el que engloba a casi todos los demás, el que debería ser el mandamiento número uno de una sociedad: la empatía. En otras palabras, el amor por el prójimo, como dice la Biblia.
Seas creyente o no, practiques la religión católica o no, esto es impepinable, y es lo mismo que dijo Kennedy, pero con otras palabras. Es tan simple, y a la vez tan difícil como: no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti.
En algún momento nos olvidamos de que, aparte de derechos, también tenemos deberes, que si no cumplo con mi parte, no puedo reclamar lo que considero mío, y así nos va. Parece que nos da miedo castigar a quienes no siguen las leyes, y que todo está permitido. Yo soy de los que me pondría a la entrada de una manifestación de negacionistas y les diría: “usted quiere manifestarse, muy bien. Firme aquí, si contrae el virus, renuncia a su derecho a recibir sanidad pública”; o de los que mandaría a los que hacen fiestas ilegales a servir ayudando a la UCI de un hospital, a primera línea de fuego; o de los que pondría a reparar a los violentos los daños ocasionados en manifestaciones por la ¿libertad de expresión? En fin...
No quisiera terminar sin dedicar unas palabras a quienes sí aportan a esta sociedad, que son muchos, la mayoría, pero que por algún motivo, no se pronuncian. Aunque, pensándolo bien, sí que lo sé. Cuando pienso en Futmondo, ese juego reflejo de la sociedad en miniatura, he visto que hay tres maneras de jugar: puedes imitar a quienes buscan la trampa legal y se inventan triquiñuelas para ganar a toda costa. Puedes jugar de forma legal y limpia, sin hacer ruido, pero sabiendo que nunca ganarás. O puedes renunciar e irte a modo de protesta pero jodido porque, aunque realmente disfrutas con este juego, hay comportamientos que no estás dispuesto a tolerar y prefieres no entrar en conflictos.
Esto último es lo que yo he hecho, y he ganado paz, tengo la conciencia tranquila, y me evito aperreos innecesarios semana sí, semana también. Pero miren ustedes, hasta por hacer eso creo que me van a criticar, no sé, llámenme loco. Ni que me hubiese ido a Andorra.