Por Patricio González. Se ha cumplido un año de la irrupción del coronavirus en nuestras vidas. Estamos a punto de llegar a los 100.000 muertos. Una gestión penosa por parte del Gobierno hasta con aviones cargados de material sanitaria que desaparecieron (¿Se acuerdan?).
Un Estado de Alarma eterno que ha rebajado las libertades de los españoles hasta puntos que jamás deberían haberse rebasado. Luchas políticas de lo más desafortunadas. En definitiva, nos encontramos en un momento de la historia que supone un auténtico borrón y sin solución de continuidad.
Tenemos un número que asusta de infectados y hospitalizados. Y número indeterminado de hombres y mujeres que sufren secuelas dolorosas y terribles y que no sabemos como tratar.
La pandemia nos llegó entre el miedo, el desconcierto y la incredulidad. La obediencia civil fue en el confinamiento, en términos generales, ejemplar. Llegaron muy pronto los aplausos a los sanitarios que ya era el colectivo con mayor número de contagios y jugándose la vida a diario. Aplausos que se fueron tan pronto como vinieron.
Los hospitales desbordados quedarán como recuerdo de una crisis sanitaria sin precedentes.
Y el Gobierno fue dando bandazos como con la compra de material, la gestión económica o una desescalada tras la primera ola que tiró por la borda el trabajo de muchas semanas.
Y así hemos llegado a un año entero en el que se aceptan los muertos diarios como un mal menor hasta que nos vacunemos todos.
Y además de todo esto, nosotros no hemos aprendido nada. Se cometen los mismos errores porque el liderazgo político no existe aunque se puede ver una pequeña luz al final del inmenso túnel pero el precio va a ser desorbitado porque ¿Cuántos muertos nos quedan por sumar?, ¿Hasta dónde va a llegar la ruina económica?.
Seguimos viviendo una terrible pandemia. Y parece que ya no pasa nada. Esto es insoportable para un país que aspira a “no dejar nadie atrás” como dijo Sánchez.
Parece que no pasa nada pero, en realidad, pasa de todo.